La escucha como herramienta de liderazgo en grupos pequeños
Me comentaba mi amigo en el audio que «para dirigir bien un grupo hace falta ser buenos escuchas de la gente». El valor de este elemento radica, me decía, en que «quien dirige sirve como un brazo pastoral para cuidar de la gente, en aquellos casos que se escapan de la pastoral de la iglesia, y es aquí en el contacto cercano que se pueden detectar, ya que en la confianza del grupo pequeño se habla mejor». Y entonces, el que lidera puede acompañar pastoralmente al integrante de su grupo que lo necesita, ayudando dentro de sus posibilidades y buscando una mejor ayuda cuando el caso lo sobrepasa, acudiendo al pastor principal».
Coincidimos con mi amigo en que para dirigir un grupo pequeño hace falta saber escuchar. Escuchar es lo que nos permite entrar en contacto con la gente, y esto es lo que todos buscamos: estar cerca de otros, de ser entendidos, ser queridos, sabernos parte de la iglesia.
A escuchar se aprende
La escucha atenta, plena, es también una habilidad que se aprende. En el grupo se debe facilitar el poder hablar y el aprender a escucharnos mutuamente. Por eso, por turno, todos tendrán esta oportunidad. Estudiaremos la Biblia en relación con nosotros y nuestras vidas. ¿Cómo nos habla Dios hoy en nuestro contexto? El grupo pequeño es en ese sentido un espacio privilegiado y confidencial, de confesiones mutuas, de respeto por las historias de cada uno y de reserva de lo que se dice, que debería quedar ahí, en el grupo y no andarse ventilando lo que se cuenta.
Escuchar a otros es algo que se aprende, se desarrolla, y en el liderazgo (servicio) es posible perfeccionar esta habilidad de taparnos la boca y abrir los oídos. Esto nos dará cercanía con el otro, al compartir nuestras vidas.
Dietrich Bonhoeffer, en Vida en comunidad, dice que: «Escuchar a nuestro hermano es, por tanto, hacer con él lo que Dios ha hecho con nosotros. [...] El saber escuchar puede ser más útil que el hablar. [...] Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios».[1]
Santiago 1:19 nos alienta a ser «rápidos para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarnos». En 5:16 nos anima a «confesarnos unos a otros y a orar los unos por los otros, para ser sanados». Todo esto requiere escucha atenta y un grupo pequeño debe facilitar el espacio y el tiempo para ello. No siempre se dará esto, pero la oportunidad debe estar abierta. La iglesia crece por contacto, por aliento mutuo, por el ánimo que nos damos unos a otros. La vida cristiana es una carrera que corremos con otros y mutuamente nos animamos a seguir corriendo. En el grupo debemos encontrar un espacio de ser escuchados y escuchar a otros. Nadie tendría que tener el monopolio de la palabra, sino que esta debe ser compartida.
En Viviendo con el estilo de Jesús, decimos que «debemos oír con compasión y paciencia. No hace falta tener todas las respuestas para oír bien. El servicio está en el escuchar, no en dar sermones. Escuchar sin impaciencia, escuchar con tiempo y empatía. Si podemos escuchar a otros, podremos escuchar también a Dios cuando nos hable».[2]
Dice Alicia Perrig, narradora oral villamariense, que hoy no tenemos tiempo para escucharnos, que aceleramos el celular para ir más rápido con los mensajes, que no tenemos paciencia para escuchar el relato de los otros. Por eso, pagamos a terapeutas por una hora de escucha. La iglesia puede ofrecer este servicio al mundo gratuitamente y ser contraculturales al ofrecer estos espacios de orejas disponibles. ¡Adelante con los pequeños grupos! Dios puede usarnos más allá de lo que creemos o imaginamos.
¿Qué implica escuchar?
Hablando de escuchar, escuchemos ahora a los maestros:
Escribe John Stott diciendo que: «Se nos llama a escuchar con ambos oídos, a escuchar tanto la Palabra como al mundo. [...] Escuchamos la Palabra con humilde reverencia, ansiosos por entenderla y resueltos a creer y obedecer lo que alcanzamos a entender. Escuchamos al mundo con una actitud críticamente alerta, igualmente ansiosos por entenderlo y resueltos, no necesariamente a creerle y obedecerlo, sino a comprenderlo y procurar gracia para descubrir en qué forma se relaciona con él, el evangelio». Más adelante dice que «nuestro símbolo es más bien la lengua que el oído. [...] El escuchar con ambos oídos es indispensable para el discipulado cristiano y la misión cristiana».[3]
El filósofo Lou Marinoff nos aporta al tema diciendo que: «Un buen terapeuta [...] ofrecerá simpatía, empatía y apoyo moral, y de este modo contribuirá en gran medida a la curación. [...] No se necesita pericia para ser un buen consejero; la pericia ni siquiera es necesaria. Es mucho más importante la capacidad de escuchar, de empatizar, de comprender lo que está diciendo la otra persona, de plantear nuevos puntos de vista y de ofrecer soluciones o esperanza».[4]
El psicólogo Scott Peck nos dice, por su parte, que: «Cuando prestamos atención a alguien, significa que nos importa. El acto de prestar atención nos exige el esfuerzo de apartar nuestras preocupaciones presentes y de activar nuestra conciencia. [...] En general escuchamos prestando muy poca atención. [...] Escuchar bien es un ejercicio de atención y, por lo tanto, un trabajo duro».[5]
Por último, Eduardo Moffatt, nos dice que: «Debemos preguntarnos: “¿Qué prioridad dan las iglesias al principio de escucharse los unos a los otros?”».
Este autor, en tono de denuncia, dice que «no es fácil encontrar iglesias locales que sean espacio de relaciones fraternales igualitarias. Casi no hay iglesias que promuevan el diálogo —la alternancia recíproca de hablar y escuchar— como instrumento principal del desarrollo de su identidad y práctica. [...] Unos pocos definen y dominan el discurso considerado “legítimo”, mientras muchos no encuentran canales de expresión y quedan fuera del espectro de lo que se considera relevante».[6]
Fuentes consultadas:
Bonhoeffer, D. (1983). Vida en comunidad, pp. 96-98. Ediciones Sígueme.
Viviendo con el estilo de Jesús. Estudio bíblico sin publicar del autor, p. 23.
Stott, J. (1995). El cristiano contemporáneo, pp. 26ss. Editorial Nueva Creación.
Marinoff, L. (2000). Más Platón y menos Prozac, p. 57. Ediciones B.
Peck, M. S. (2006). Nueva psicología del amor, p. 121. Editorial Top Emece. 6. Moffatt, E. (2005). Fraticidio auditivo: Una enfermedad ecclesial. Revista Kairós, 2005-1.
Por Carlos Peirone
Carlos Peirone es magíster en Teología por CETI, miembro de la mesa de trabajo de Ediciones Crecimiento Cristiano y maestro en la Iglesia Cristiana Evangélica de Bell Ville, Córdoba, Argentina. Padre de 3 hijos jóvenes, ha trabajado en un grupo de matrimonios con su esposa M. Inés durante más de 20 años.